domingo, 10 de septiembre de 2017

Estoy descubriendo mis heridas

Hoy leí mi diario de cuando cumplí quince años. Era el año 2009, vivía en Huancayo, mi hermana cursaba el primer año de universidad en Lima y mi madre y mi padre siempre tenían muchas cosas por resolver. Tenía un enamorado, a veces lo tenía, a veces quería que desaparezca. O, quizás, era yo quien quería desaparecer.
Hace unos días estuve en Huancayo y sentí una sensación que no me era familiar hace muchos años. El deseo de ser rescatada, de que alguien más me salve, me permita tener un espacio en el cual era posible huir de mí, de mí misma, de mi familia, de mis problemas. De todo aquello que es tan mío pero que a veces solo deseo negar, no ver, callar; mantener en la oscuridad.
Cuando terminamos, te dije que algún día te buscaría para explicarte qué sucede conmigo, para contarte todo lo que vaya resolviendo en el camino. En mi terapia.
Lo primero que quiero contarte, es esto: he ido a tres psicólogas en toda mi vida. Tú has sido parte de esas tres psicólogas.
La primera vez, fui por crisis ante el futuro. No sabía qué quería estudiar. No quería equivocarme; no me estaba permitido hacerlo. No podía dormir, cuando cruzaba un puente, me detenía un rato a ver los carros, y en más de una ocasión pensé en saltar y acabar con mi vida. Porque, si me moría, ya no tenía que tomar decisiones. Crecer no ha sido fácil para mí. Nunca lo ha sido pero estoy bien con eso, ahora lo sé, ahora intento aceptarlo. En medio de esa crisis, apareciste tú. Un día, en lugar de hablar de mi crisis, hablé de ti. Nunca más volví a ver a esa psicóloga. Le dije que había elegido psicología a pesar de que ella me había recomendado comunicaciones. Ahora sé que me hubiera ido bien en ambas pero no me arrepiento de mi decisión.

La segunda vez que fui a una psicóloga, fue por un acuerdo mutuo. Nos hacíamos tanto daño que decidimos que era momento de tener un espacio, cada quien por su lado. Cuando pensé en la posibilidad de ir a terapia de pareja; me asusté. Es de la veces que más miedo he sentido en toda mi vida. No entendía cómo, a tan corta edad, necesitaba terapia de pareja. ¿Cómo era posible que nos hiciéramos tanto daño si solo jurábamos amarnos? Fui una vez y nunca volví. La mejor decisión que he podido tomar es no haber iniciado terapia con esa psicóloga. Son los ochenta soles peor gastados en lo que va de mi vida. Aunque, de alguna forma, me enseñó algo. Aprendí qué tipo de psicóloga no quiero ser y espero lograr, al menos, eso. Unos días después, tú y yo hicimos el amor por última vez, y quizás no lo sabíamos. Quizás sí. ¿Sabes cuál siento que fue mi despedida? Cuando fuimos a comer makis con tu hermana y su enamorado. Cuando fui al baño, al regresar, vi nuestra mesa, les vi, me vieron... y sentí una sensación en el pecho que con el tiempo he aprendido a reconocer; es la sensación que te advierte que esa, esa es una de las últimas veces que algo así sucederá. Sentí algo parecido cuando me despedí de mis dos abuelas, sin saber que sería la última vez que las vería lo suficientemente vivas como para poder darme un abrazo de vuelta.


La tercera vez que fui a una psicóloga, fue el año pasado. Habíamos terminado, estaba triste aunque me tomó tiempo darme cuenta de eso. Mi primera reacción fue el neuroticismo; salía todos los fines de semana, besaba chicos aunque no sabía sus nombres y bailaba como si no hubiera un mañana. Te dije adiós y le dije hola a un grupo hermoso; a mis Descosidos. Terminó el año, llegó mi cumpleaños y luego, mi abuela murió de una forma tan violenta que aún hoy es difícil hablar de lo que sucedió, sin llorar. Me tomó algunos meses más cuando finalmente me decidí iniciar terapia. Llegué tan furiosa, tan nerviosa, con tanto miedo, que me costaba incluso ir. Llegaba tardísimo, no hablaba, y no había sesión en la que no le dijera a MP que la vida es una mierda. "La vida es una mierda, MP, punto". Me sentí infinitamente sola. Te odié. Te odié por no estar cuando más necesitaba de mis personas de toda la vida a mi lado. Me enojé con mis amigos, con mis amigas, con mi familia. La alegría era un insulto para mí. Tenía duelos pendientes. Tenía tu ausencia pendiente. Ha pasado casi un año, sigo con MP. Es joven pero sé que es inteligente. Ahora soy puntual, me preocupa llegar tarde. Ahora me permito llorar. Ahora se permite reír.


Si has estado en esos tres momentos, es por algo.
No voy a negarte en mi vida, ni en mi pasado. Ni en mi presente. Porque aunque ya no hablemos, aún cargo con tu recuerdo, y ya depende de mí qué hacer con él.
Ya pasó el tiempo de pedir explicaciones, de cerrar libros. Ya lo entendí.
MP dice que quizás no coincidimos. Nuestras vidas están en movimientos diferentes, nuestras lunas, nuestros soles, nuestras estrellas. Estamos moviéndonos sin saber qué sucede con la otra persona. Continuemos, porque yo sé que, si en algún momento vamos a tener que coincidir, pues, sucederá. Y, si no sucede, al menos ahora sé que intenté acercarme pero solo encontré rechazo. Y tampoco me enojo por eso.
Que la vida sea justa contigo. Siempre.








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